manifestaciones culturales

De la Adolfo Prieto y las taras sociales

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Una balada culturosa

Apenas se vislumbraban las primeras semanas del enero número 14 del siglo veintiuno, cuando el gobierno estatal de Nuevo León dio el anuncio de que las instalaciones de la Escuela Adolfo Prieto, ubicada dentro del extenso Parque Fundidora, en la capital del estado, pasarían a formar parte de la Sedesol, reubicando el contenido íntegro, talleres y programas a otras instalaciones.

Desde el 2009, el edificio era parte del Consejo para las Artes de Nuevo León (CONARTE), siendo utilizado así como taller de experimentación plástica. Asimismo, escenario de múltiples talleres culturales y portadora de más de cuatro mil libros y documentos variados que corresponden a la Biblioteca Cultural FEMSA.

Tras los anuncios de la gubernatura, se llevó a cabo una apreciable protesta de la comunidad artística mostrando el repudio a la decisión; semanas consecuentes, un cúmulo de artistas de distintas disciplinas, la gran mayoría vinculados directa o indirectamente a CONARTE, respondieron al llamado elaborando un diverso carnaval artístico. Y durante casi diez días, ese edificio de amarillo pálido, con algunos fragmentos de su fachada despellejándose, con dos vestíbulos rellenos de arena, se vio poblado por personajes variados; muchachos y muchachas de boina, danzantes tatuadXs, barbones con pinta de Ché, señoras, señores, jovencitas y muchachos. Mesas con dibujos, breakdancers, micrófono abierto y uno que otro grafitero buscando dónde plasmar su arte.

Más de cuatro mil firmas (número similar al contenido de libros en su recinto) ayudaron a echar marcha atrás al proyecto de reubicación, cosa que representó un triunfo colectivo para la comunidad artística.

Los que no formaban parte de gremios, acudieron al carnaval artístico en solidaridad con sus colegas, amigos del amigo, del primo de los verdaderamente afectados. Otros, que jamás en su vida habían asistido o siquiera conocían la escuela, hallaron en su explanada un espacio distinto para expresarse. Otros, institucionalizados, poseedores de concesiones temporales para impartir talleres y, unos últimos, transeúntes, madres de familia, niños, estudiantes, ciudadanos que de casualidad coincidieron con la manifestación y con credencial en mano más firma, dieron con la fórmula mágica, con esa sumatoria de votos que propició el siempre no del gobierno.

Lo interesante es que ese número de firmantes representa menos del 0.97% de la población total del Área Metropolitana de Monterrey, que se encuentra estimada en poco más de 4.1 millones de habitantes de más de ocho municipios conurbados.

Consecuenciartes y redes sociales

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Todos aquellos que dijeron «Asistiré» con su click, fueron moviéndos paulatinamente a un grupo de Facebook titulado «Comunidad Cultural Escuela Adolfo Prieto». El movimiento desembocó en una felicitación a todas las y los participantes; en ese retroceder del gobierno se encontró un sueño, una chispa, algo que dijera que ese plan macabro del sistema político en turno por reducir poco a poco los espacios culturales iba a fracasar.

Comenzaron a hacerse camisetas, comenzaron a agendarse talleres de todas las disciplinas, música, teatro, la Escuela se llenó de vida.

¿Arte por arte? ¿Protagonismo cultural?

Una de las grandes controversias de esta comunidad, fue la de su viral movilización en contra del proyecto del gobierno. ¿Por qué la comunidad artística no reaccionó de la misma manera con otros eventos de mayor afectación y peores resultados? ¿Dónde estaban aquellos intelectuales y artistas cuando se estipuló el aumento de 10 a 12 pesos a las tarifas del camión? ¿Por qué rescatar un edificio que al final de cuentas, no dejará de pertenecer al gobierno y de cierta manera, seguirá delimitando el arte a un edificio?

Las preguntas rolaron por el aire, muchos tildaron a ciertos participantes de sólo acudir para pasar el rato, para tomarse fotos, para jugar al rescate cultural. Algunos aprovecharon para promocionar sus intereses personales, disfrazados de una solidaridad cultural, otros simplemente se echaron para atrás. Otros aprovecharon para expresar nefastos ejemplos de lugar común artístico. Por supuesto, no faltaron los escépticos que criticaron de inicio al grande cuerpo de artistas pero al final de cuentas acudieron a la recaudación de firmas para ver a sus compadres y comadres.

Algunos, con mayor esperanza y de más grandes aspiraciones, pensó (y piensa, tal vez) que la anunciada reubicación de la EAP sirvió como una chispa para incendiar una explosión de artistas comprometidos a revivir a Monterrey de su sequía cultural. Otros, en contraste, vieron a este elemento como un circo mediático para entretener a las masas pensantes y por debajo del agua implementar otros métodos de control.

A casi un mes de esta hecatombe positiva, el movimiento (si puede vérsele como tal) se ha enfriado, parte por el clima gélido de Febrero Loco, parte por la rutina académica-laboral, parte por el despertar de algunos artistas que apoyaron con sus firmas pero al final de cuentas no ganaron ni espacios, ni concesión de talleres, ni nada más que una felicitación al movimiento en lo colectivo.

Las dos caras de la moneda

Interesante ver, por un lado la moderadamente radical reacción de algunos, jóvenes en su mayoría, tapizando de consignas vivas el local. De artistas clasemedieros gritándole a los guardias y al mundo que allí estaban. (Por cierto, ¿alguien sabe si allí estuvieron los grandes becarios de Conarte?)

Por el otro, a los organismos culturales que buscaron una vía democrática y legal… o sea, trajeada (El Frente Nuevo León, por ejemplo, acudiendo a firmas y solidarizándose con el movimiento, cubriendo en su massmedia la noticia ¿no es sublime?).

Vuelta de página

La pregunta sigue en el aire, ¿se consolidó un movimiento? ¿este contingente podrá a futuro plazo volver a ser convocado para rescatar de las garras a otros edificios en peligro de extinción? ¿Dónde estarán estos cuatro mil firmantes en futuros sucesos que no se reducirán a lo cultural, o en específico, a lo burgués-cultural? Sea como sea, fuere como fuere, un gusto haber mirado a tantos artistas unidos en un mismo sitio, por un mismo fin.